La agencia de los padres de Julia funciona. De hecho, lleva décadas funcionando.
Julia creció entre catálogos, llamadas de clientes y calendarios promocionales. La oficina olía a café y folletos. Sus padres eran de los de “24h/7d, trabajo duro para tener un cliente feliz”.
Cuando llegó el momento de seguir con el negocio familiar, dijo NO. “No quiero estar atada a una oficina”, soltó. “Quiero descubrir otros trabajos”.
Y se fue. Estudió marketing, hizo un máster de “eventos y otras moderneces”, y trabajó como becaria en una startup donde le pagaban en cervezas, pizzas malas y promesas incumplidas.
Después encadenó curros mal pagados en remoto, siempre desde coworkings con bonita decoración plagada de sillas incómodas y Wifi lento. Freelance, autónoma, hundida entre facturas y modelos de IVA imposibles de entender.
Diez años después, la agencia de sus padres sigue abierta, genera beneficios y tiene una base de clientes fieles, sobre todo en viajes a medida de larga distancia. Pero ella no quiere heredarla.
Y no es porque no haya trabajo en el mundo de los viajes. El sector servicios y en concreto el de las agencias de viajes lidera la bajada del paro en España. Consulta la noticia.
Las agencias siguen facturando. Los clientes siguen viajando. Cada vez más. Y los márgenes, en viajes a medida, son mejores que nunca.
El problema no es el negocio. El problema es la narrativa. Se ha dejado morir. Ser agente de viajes hoy no mola. El propio nombre parece obsoleto. Y no porque el trabajo no sea útil, rentable y con futuro. Es simplemente, porque nadie lo está contando bien.
Hemos dejado que se vea como un oficio viejo: papeles, faxes, horarios de oficina y llamadas infinitas. Y mientras tanto, profesiones igual de tradicionales han resucitado con mejor prensa.
La hostelería.
Antes era sinónimo de estrés, turnos de 12 horas y jefe gritón. Ahora, los cocineros son artistas. Hablan de sostenibilidad, cultura y creatividad. Y los jóvenes hacen cola para trabajar en un restaurante con Estrella Michelin.
La agricultura igual.
Sí, la de los tomates y los gallineros. Ahora hay veinteañeros vendiendo cajas de frutas y aguacates en Instagram y TikTok, con más storytelling que una marca de zapatillas. “Del campo a tu mesa”, con música épica y drones sobrevolando invernaderos.
El vino.
Antes era cosa de personas mayores en catas aburridas. Hoy hay sommeliers millennials que llenan salas hablando de acidez y aromas como si fueran poetas. Y TODO porque alguien se preocupó de contar una historia que enganchara.
¿Y nosotros?
Seguimos vendiendo la agencia de viajes como si fuera un cajero de folletos.
Como si fuera algo “poco sexy”, poco libre, poco digital.
Cuando en realidad es todo lo contrario.
¿Qué hace un agente de viajes hoy?
Vende experiencias de miles de euros.
Crea relaciones duraderas con clientes.
Resuelve cualquier situación a distancia.
Conoce el mundo.
Trabaja con herramientas digitales.
Negocia con proveedores internacionales.
Y sí, gana dinero.
Pero si no cambiamos cómo lo contamos, nadie querrá subirse al barco.
Y el barco no está hundido. El barco es bueno.
Hay que volver a llenarlo de talento y hambre.
Por eso desde MOGU nos parece tan importante generar tecnología que facilite la vida de las generaciones expertas y acerque a las nuevas al sector viajes, mostrando que ser agente de viajes es una experiencia para vivir, ser feliz y compartir.
Si quieres más pistas sobre tendencias del sector viajes agendamos cita y hablamos.